jueves, 25 de noviembre de 2010

Tengo un amigo en Londres

Por alguna extraña ley de la física, todo el mundo tiene un amigo en Londres. Sé que la afirmación es algo arriesgada, (admito que es una teoría propia y por tanto poco fiable) pero debo dejar claro que he llevado a cabo una amplia muestra antes de realizarla.

Dentro de unos días me voy a la capital británica de vacaciones, y si, me voy sola. Esta característica ha provocado una avalancha de solidaridad entre mis amigos, que al conocer mi proyecto, reaccionaban de manera idéntica.

- ¿Te vas a Londres? Yo tengo un amigo allí.
- Ahá... así que tienes un amigo en Londres... ¿Y? ¿Me lo regalas? ¿Quieres deshacerte de él? ¿Te debe dinero?
- No, pero si necesitas algo...

Sólo se trata de un amable ofrecimiento, lo sé, y que en caso de necesidad, vuestros amigos podrían resultarme muy útiles, pero no olvidemos la palabra más importante de esta frase: TÚ.

Tú tienes un amigo en Londres y yo soy tu amiga, pero por mucho que lo cantaran los de Objetivo Birmania, a mi no me convence. Los amigos de mis amigos NO son mis amigos. (Si habláramos de enemigos la cosa cambiaría)

Aunque os lo agradezco, no puedo aceptar vuestras ofertas, como ya he dicho al principio... todo el mundo tiene una amigo en Londres, y yo, tendré que encontrar al mio.

domingo, 21 de noviembre de 2010

La vaquilla de Berlanga

Hace una semana murió Luis García Berlanga, uno de los mejores directores que ha dado nuestro cine y para mí, el rey del Imperio austrohúngaro.

Versión española le rindió anoche un homenaje reponiendo “La vaquilla”. Es difícil escoger una de sus películas entre tanta obra maestra y aunque personalmente siento debilidad por Placido, me encantó volver a encontrarme con esta mordaz crítica a la guerra civil.

La historia transcurre en el frente de Aragón, en el que desde hace varios meses la contienda está demasiado tranquila. Los soldados republicanos deciden boicotear las fiestas de la virgen que se celebran en la zona nacional, por lo que se infiltran en territorio enemigo dispuestos a robarles la vaquilla.
En esta película, Berlanga vuelve a demostrar su genialidad dirigiendo obras corales y su maestría combinando el humor y la crítica. El director valenciano es capaz de transformar tu sonrisa en una mueca dolorosa, sin que apenas te dé tiempo a pestañear. Es divertida, pero también trágica, porque en ella se remarca el sinsentido de una guerra capaz de enfrentar a hermanos y a familiares, que por culpa del azar lucharon en bandos opuestos.

Me gusta el cine en blanco y negro de Berlanga, me encantan sus guiones y no me canso de jugar en cada película suya a encontrar “el imperio austrohúngaro”, pero lo que más voy a echar de menos es su mirada crítica.

No me gusta hablar del final de las películas, pero en esta ocasión haré una excepción, el final de La vaquilla es simplemente genial, como Luis.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Gestión con cereales

Esta mañana, a las 8.52 minutos concretamente, he recibido una llamada de teléfono que no he contestado. No he escuchado el móvil y he tenido que pasar por la molesta situación de devolver una llamada a un número desconocido.

- Hola, perdona, soy Marta Pérez, tengo una llamada perdida de este número.

Después de unos segundos de incómodo silencio, una róbótica voz de funcionario me ha contestado:

- Seguramente te ha llamado alguna compañera, un momento ¡¿Alguien ha llamado a Marta Pérez?! (más silencio) ¿Sigues ahí?

- Si

- Habrá sido Silvia, ahora mismo no está porque ha salido a hacer unas gestiones, pero ya le dejo yo el recado para que te llame cuando llegue.

Colgué el teléfono después de darle las gracias a la voz robótica de funcionario, y por miedo a que la tal Silvia no me devolviera nunca la llamada, me mordí la lengua a tiempo para no gritarle ¡Silvia está desayunando, no está haciendo ninguna gestión, coño!

Por muy elegante que resulte sustituir "desayuno" por "hacer una gestión" (haz la prueba) no nos engañemos, a las 9 de la mañana en este país, la única gestión posible es la de administrar alimentos a tu estómago.
De manera automática, la voz robótica prefirió usar un término politicamente correcto, a hablar de manera clara y sincera. Lo preocupante de esta situación es observar hasta que punto este tipo de mentiras se han convertido en una "política de empresa" del país. ¿Con qué frecuencia utilizamos expresiones incorrectas porque suenan mejor? ¿Cada cuánto tiempo mentimos o nos mienten de manera automática? Probablemente, con la misma asiduidad con la que "hacemos gestiones" a las 9 de la mañana.